El olivar andaluz, es una muestra excepcional de adaptación ecológica, tiene un papel histórico
fundamental en la economía y la sociedad de esta región y una importancia
secular como paisaje fundante de Andalucía.
El cultivo del olivo ha estado presente en todas las
civilizaciones mediterráneas. Hasta donde sabemos, su aparición data de hace
unos cinco milenios (Zohary y Hopf, 1994) fruto de la domesticación de su
variedad silvestre. La ecología ha subrayado la función
del zorzal común en la dispersión a distancia de las semillas del
acebuche por todo el Mediterráneo (González Bernáldez, 1992).
Acebuchal silvestre:
Dehesas de acebuches:
El acebuchal, adehesado e instalado en colinas que
ceden generosas el agua a charcas y lagunas cercanas, acoge no sólo a vacunos
sino también a cigueñas, garcillas, garzas y patos en la puerta sevillana de
Doñana (Dehesa de Abajo, en Puebla del Río) y se hermana con el lentisco para
dar cobijo al conejo o con el palmito para ofrecer en sus proximidades el
alegre correteo de la perdiz roja española (Dehesas del Pilón y la Zorrilla, en Espera)
Acebuches en herrizas:
“Refugios de la hermosura,
herrizas, únicos lugares donde la Naturaleza hace de las suyas bellísimas. Da
gloria, tras tanto arado, tras tanto olivo compuesto, tras tanto surco
ordenado, tras tanto habar sin libertad, este puro reino de la libertad y la
hermosura que son las herrizas. Gracias a que Dios puso piedras sobre las lomas
y a las piedras solo El las labra a fuerza de poder y florecen de hermosura.
¡Oh carrascas!, ¡Oh acebuches!, ¡Oh coscojas!, ¡Oh torvisco!, romerales, tomillos
y lentiscos. ¡Oh toda mata áspera! ¡Oh silvestre libertad! (Muñoz Rojas, 1953, ed.
2006: 156)
Acebuches serranos:
Olivar disperso de montaña:
Caserías de olivar:
Todavía en medio
de los ordenados olivares de hoy, sobresalen a veces restos de olivos viejos de
casta distinta, lechines, manzanillos, injertos algunos en acebuches por las
cercanías de montes y cañadas, rebajados otros, hijos de mala madre, sin orden
en su conjunto, tan libres, altivos y desgreñado, tan pródigos y llenos de
poesía, bailadores eternos en el campo, de un verde jugoso, con cuerpo y sombra
de árboles con acogimiento a su pie para caminantes, con menos aceitunas y más
leyenda que estas diligentes filas de hojiblancos que no se acaban y a quienes
no detienen más que las peñas en la herrizas y los limos de los ríos donde
llegan a correr. Eran aquellos olivos de molino de viga, con largos husillos de
ciprés o nogal, manejados por poco más que maestro y cagarranche que duraban lo
que Dios quería, porque no eran tiempos de prisa, como acomoda a los olivos que
maldito el caso que hacen del tiempo (Muñoz
Rojas, 1953 (2006): 167-168)
Olivar en ruedo:
Es
la cercanía, la vecindad, la que explica la mezcla domesticada y promiscua de
los ruedos mediterráneos, en los que portal-enramada-pozo-parra-alberca-huerta-olivo-frutal-viña
constituyen un todo, que suma herencias y testamentos y sabe tanto de riñas y
disputas como de juergas y disfrutes. Estos paisajes híbridos y armoniosos de
muchos ruedos, por los que siempre se pasa con prisas, merecen un tiempo más lento que permita admirarlos y
disfrutar con ellos (Ojeda, J.F., 2002)
Olivar tradicional andaluz, integrado con otros
cultivos y áreas asilvestradas:
Olivares extensivos y monocultivados:
Olivar en espaldera:
Paisajes
de la geometría, que evidencian con descaro el control del hombre sobre la
tierra. Un mundo lineal y dominado, de orden y repetición, retícula de ojos
verdes con sabor amargo.
Olivar ecológico:
Pero en el olivar también hay vida que amanece: Brilla la lumbre de las
candelas; huele a ramón quemado; se oyen voces, afanes y trabajos buscando una
buena cosecha; mucho trabajo que delata el humo. Al fondo, el sonido de un
tractor ¡cuidado con la modernidad, indolente y metonímica! (Delgado Bujalance, en Cazorla, 11 de marzo de 2011 a
las 07,30 horas)
A mi amigo Juan Ojeda con el que comparto el interés por el Paisaje.